Catania, por Miguel Jiménez
Algunos clientes nos han preguntado si vamos a hacer descuentos este penúltimo viernes de noviembre. Somos conscientes de que algunos pequeños comercios se suman a este fenómeno, conocido como Black Friday o Viernes Negro, pero nosotras no vamos a hacerlo, y nos parece oportuno explicar por qué.
Black Friday es un nombre coloquial que se le da al viernes festivo que sigue al Día de Acción de Gracias, festividad estadounidense que todavía no se ha llegado a importar a nuestro país. Las grandes superficies estadounidenses, dando por iniciada la temporada de compras navideñas, abren los comercios de madrugada ofreciendo –en teoría– importantes descuentos. Esta costumbre originó rápidamente nuevas tradiciones de consumo, con sus estampidas humanas incluidas. Algunas grandes marcas con origen en Estados Unidos han intentado exportar esta fiebre; sus grandes promotores son Apple, que inició esta campaña a nivel global en 2010, y Amazon, que si bien también empezó con las ofertas en 2010, lanzó la primera estrategia de promoción agresiva en 2014. La prensa se hizo eco, grandes superficies en competencia con los dos gigantes tuvieron que adaptarse, y por último también el pequeño comercio, adoptando la misma pose de promociones especiales y ventajosas. En España, este efecto dominó necesitó un impulso en forma de desregulación de los periodos de rebajas en 2012, que hasta entonces estaban limitados como forma de protección a los derechos del trabajador y contra la competencia desleal.
Todo tiene un precio; también las ofertas y descuentos. Esta campaña no solo va en contra de nuestra filosofía: es un modelo de negocio que no podemos permitirnos. No está creado con nosotras en mente. No tenemos que hacer limpieza de inventario porque nuestro inventario ya está pormenorizado, elegido con mimo. Tampoco hemos subido los precios durante este último mes para luego crear la ilusión de desplomarlos; no tenemos márgenes de beneficio al por mayor que manipular.
Las grandes superficies, las grandes marcas, son una visita cómoda, ya que traen consigo el confort de lo conocido y estandarizado. En las tiendas pequeñas hay más aventura, dada por un catálogo heterogéneo y el trato personalizado. El ritual de compra es opuesto a aquel que invita estampidas humanas. Puede que nuestros precios sean un poco más altos que los de un mayorista (no tiene por qué ser así en todos los casos), pero cuando esto aplica, esos euros de diferencia están pagando por el sueldo digno de profesionales especializados y el mantenimiento de un trocito de tejido social, un espacio entregado e independiente en el que se puede comprar pero también curiosear, descubrir y charlar.
Como consumidores, sacamos un margen de beneficio mínimo de la desvalorización del producto, la fuerza de trabajo y su especialización. Como trabajadores, tenemos todo que perder. Por eso en La Peliculera no participamos en esta campaña de una forma u otra, y agradecemos a todos los clientes que nos respaldan día a día con su confianza y nos acompañan en esta aventura.
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